“Bienvenidos a NAMI en español”, declara un treintañero llamado Pedro Arciniega, ante más de 35 asistentes que acudieron a una reunión mensual para informarse de cómo salir adelante a pesar de padecer de un trastorno mental.
Durante la reunión otro joven hispano presenta su testimonio de haber caído en psicosis. Relató que estuvo internado en el hospital psiquiátrico varias veces. Las personas de la sala escucharon su testimonio con interés y le hicieron preguntas sobre detalles de trastorno bipolar y sobre lo que le ayuda a sobrellevar su enfermedad.
Esta escena en realidad no muestra una realidad que muchos expertos han señalado: los latinos no siempre solemos hablar de los trastornos mentales.
Moisés Ponce, terapeuta clínico del Departamento de Salud Mental del Condado de Riverside, asegura que para la comunidad latina, el poder hablar abiertamente sobre las enfermedades mentales no es algo fácil, ya que existe la creencia de que “la ropa sucia solo se lava en casa”.
“El estigma puede impedir el camino hacia la curación”, afirma Ponce. “Pienso que el reto más importante es el poder preparar a nuestras comunidades para que sepan que está bien hablar de enfermedades mentales, de sus síntomas, de los modos de sobrellevarlas y de cómo se puede vivir una vida a pesar de padecerlas”.
Por eso la reunión en NAMI, es uno de los esfuerzos que los expertos creen que se deben aumentar.
No es fácil admitir los problemas
Arciniega pregunta al joven que cuánto tiempo tardó en aceptar su enfermedad, sabiendo que el hecho de tomar conciencia de que se está enfermo no es nada fácil. El mismo lo sabe porque lo ha vivido y lo sigue viviendo.
Durante una entrevista con este de semanario, Arciniega dijo que se vino de Tijuana a vivir a la región a los 11 años, primero aHome Gardens, luego a Corona y ahora a Riverside.
“Tuve una infancia normal”, expresó. También disfrutó de una de una juventud típica: buscando novia, jugando al fútbol y yendo a las fiestas.
Alrededor de los 21 años de edad, fue cuando empezó a notar algunos síntomas peculiares. Pensaba que la gente se fijaba en él y hablaba de él a sus espaldas. Cuando iba manejando, le daba la impresión de que le perseguían.
En una ocasión, manejó hasta Tijuana porque pensaba que le seguían cinco patrullas. “Cuando les llamé a mis papás me preguntaron sorprendidos que qué hacía hasta allá. Yo les respondí que la gente andaba detrás de mí”.
A los dos días, se encontró ingresado en el hospital psiquiátrico del Condado de Riverside, llamado por sus iniciales ETS, porque había intentado quitarse la vida. Tras ello, se aisló por unos cinco años dentro de las paredes de su misma habitación. Describió esa época como el estar encarcelado en una celda de cárcel. “No una celda física, sino mental”, reconoció.
Sus padres trataron de animarle lo mejor que podían pero no estaba listo todavía para aceptar que estaba enfermo. Además, confesó que estaba abusando de alcohol y drogas.
Durante su segundo ingreso en el ETS, en 2009, percibió que algo había cambiado en sus padres y, quizás, también en él. “No sabía vivir, ni morir”, esbozó Arciniega.
“Mi manera de hacerlo no estaba funcionado”.
Notó que sus padres habían hablado con una trabajadora del Departamento de Salud Mental del Condado y que estaban más tranquilos que durante su primera estancia en el hospital.
Determinó ir a hablar con el párroco de su iglesia, quién le aconsejó que asistiera un grupo de autoayuda que tenían en la misma parroquia. Allí se dio cuenta de que debería de haber sido más sincero con su psiquiatra y haberla dicho todos los síntomas que estaba teniendo desde un principio. Cuando lo hizo, la doctora diagnosticó esquizofrenia.
En los Estados Unidos, la esquizofrenia afecta a una persona de cada cien, según el sitio web de Mental Health América. Señales de la enfermedad usualmente aparecen entre las edades de 12 y 25 años.
María Algarín y su esposo Rick, de Corona, han visto de cerca lo que es pasar por una crisis psiquiátrica. El matrimonio tiene un hijo de la misma edad que también fue diagnosticado con la esquizofrenia. “No sabemos lo que es una enfermedad mental hasta que nos toca”, ha reconocido Algarín, inmigrante oriunda de Chihuahua, México.
Los tres, Arciniega y los Algarín, trabajan en el programa que aboga por las familias, ofreciendo los servicios cuando haya un adulto que padezca de cualquier trastorno mental. No importa si tienen seguro médico o no. Algarín señala que los condados de Los Ángeles, Orange, Riverside y San Bernardino cuentan con dichos programas.
NAMI (Alianza Nacional de Enfermedades Mentales) ofrece talleres y grupos de apoyo bilingües, gratuitos y abiertos al público. Algarin les ha ayudado a lanzar un programa en español en el oeste del Condado de Riverside.
“Todas las presentaciones de NAMI ayudan a reducir el estigma porque enseñamos que las enfermedades mentales son comunes y que no hay que sentirse avergonzado si se tienen”, reiteró Leslie Hillenbrand,representante de NAMI Condado de Orange.
La clave: buscar ayuda
“Muchas veces nuestras familias no saben que esto tiene un nombre”, comenta ella. “Quizás lo describen como que si estuvieran sufriendo de ataque de nervios u otra cosa parecida pero reconocen que algo anda mal”.
Algarín aconseja a las familias que se informen del diagnóstico y que busquen el tratamiento adecuado. “Aunque existen los servicios, las familias latinas muchas veces no saben a dónde ir a por ayuda”, agrega.
De hecho, un simple folleto de los padres de Arciniega recogieron en el hospital psiquiátrico les ayudo comprender lo que estaba pasando a su hijo. Como resultado, conocieron a la señora Algarín, empezaron las clases de NAMI en español y asistieron a grupos de apoyo del Condado, incluso antes de que el mismo Pedro estuviera listo para reconocer su enfermedad.
Por su parte y a pesar todo esto, Arciniega sigue sufriendo altibajos. El pasado enero, notó que los síntomas—pensamientos indeseados y voces cada vez más amenazadoras y negativas— empeoraron. Las técnicas psicológicas que había aprendido no le estaban funcionando y empezó a alejarse del mundo, encerrándose en su cuarto.
Por ello, decidió volver voluntariamente a la unidad psiquiátrica del hospital en Riverside donde estuvo internado dos días, sintiéndose mal porque perdió dos días de trabajo.
Cabe mencionar que, a consecuencia de su enfermedad mental, Arciniega ha hallado un trabajo que le ha dado un aliciente en su vida. “He aprendido que mi sufrimiento valió la pena porque ahora puedo ayudar a otros”.
Se levanta temprano todos los días para meditar. Toma sus medicamentos. Le gusta salir a pasear con sus amigos. Lleva una biblia en la bolsa para leer durante su tiempo libre. Desea sanarse aunque siga oyendo las voces y teniendo pensamientos intrusos. Ha notado que su enfermedad es algo que se tiene que cuidar como cualquier otra y que no es fácil.
“La ropa sucia se lava en casa pero también se puede sacar, de vez en cuando, a lavar a la lavandería”, afirma.
Para ver la historia de Pedro: https://vimeo.com/86537478.
Esta es la tercera parte de un reportaje especial sobre el “Estigma y la Enfermedad Mental en la Comunidad Latina” del Center for Health Journalism en la Escuela de Comunicación y Periodismo Annenberg de la Universidad del Sur de California, Los Ángeles.