Falla renal, ceguera y amputaciones hacen estragos en la comunidad; pacientes y servicios médicos
La diabetes primero le arrebató a Armando Salgado su energía, luego su vista y más recientemente su pierna izquierda.
Se la amputaron en 2016 y el hombre de 57 años está luchando, junto a un equipo de médicos, para prevenir que su pierna derecha sufra el mismo destino.
“Uno no se empieza a cuidar hasta que la enfermedad esta avanzada”, se lamenta el mexicano mientras charla con La Opinión en un consultorio donde un doctor acaba de examinarlo.
Según la Asociación Americana de la Diabetes, en 2015 había alrededor de 30 millones de estadounidenses con la enfermedad y alrededor de 3 millones de ellos son latinos, una etnia que tiene mayor prevalencia de padecer el mal que los caucásicos.
Bajo control, haciendo dieta y ejercicio,los doctores han dicho que la diabetes no supone graves problemas para los que la sufren. El mensaje es que pueden vivir vidas largas y prósperas.
Pero la realidad para los latinos en Estados Unidos puede ser sumamente diferente. Muchos admiten que no toman responsabilidad para lidiar con la enfermedad. Enfrentan problemas para recibir cuidado médico apropiado, tampoco tienen acceso a espacios recreativos necesarios para ejercitarse, y además tienden a no tomar sus medicamentos o cambiar sus hábitos alimenticios.
Pagan el precio por el descuido, que desemboca en insuficiencia renal, ceguera y amputación de sus extremedidades.
Salgado fue diagnosticado con diabetes a los 30 años en la Ciudad de México, pero admite que no “me cuidaba”.
“Me gustaba tomar, fumar, andar de amiguero con las muchachas”, cuenta.
Incluso cuando empezó a sentirse mal después de llegar a Los Ángeles, no le puso suficiente atención a lo que los doctores estadounidenses le recomendaban.
“Una vez fui a la clínica y me dieron unas pastillas y no me las tomaba”, dice. “Yo decía ‘a mi no me pasa nada’. ‘eso solo le pasa a las personas que andan pensando en eso’”.
Sin cambiar su dieta y con ningún cuidado de su nivel de azúcar, la diabetes ha ido minando la vida de Salgado y paulatinamente destruyendo su cuerpo.
Ve muy poco con su ojo izquierdo. “Con el ojo derecho solo veo borroso”, dice de los problemas de visión que empezaron en 2014. No poder ver claramente le imposibilitó trabajar. Ahora depende de su esposa, quien labora en un hotel, para mantener a la familia.
Desde hace cuatro años también necesita sesiones de diálisis por tres horas, tres veces a la semana porque sus riñones no le funcionan.
Pero lo peor, dice sin dudar, fue la pérdida de una de sus extremidades.
Amputación
Alrededor de la época en que empezó a necesitar diálisis, sus pies comenzaron a hincharse y se fatigaba rápidamente. También sentía la boca seca y unas ganas de orinar. Perdió peso sin poder controlarlo. Bajó de 240 a 160 libras en pocos meses.
Eventualmente cayó en coma diabético, algo que le ha ocurrido en dos ocasiones desde 2014.
Se recuperó sin que el coma dañara su cerebro, pero la pérdida de circulación a sus piernas ya era irreversible.
“De la nada, comencé con mis dedos (del pie izquierdo) que se me pusieron negros y luego el talón” que además se puso duro, relata.
El doctor con el que iba le dijo que no podía hacer nada para controlar el problema y en 2016 le amputaron su pierna izquierda desde la rodilla.
“Se siente muy feo. Te da vergüenza, te desbalanceas”, dice.
Hoy en día, a veces anda en una silla de ruedas, o usa una prótesis en su pierna izquierda, que le permite mantenerse móvil con la ayuda de un bastón.
Según la Asociación Americana de la Diabetes, en 2010 se practicaron 73,000 amputaciones de extremidades inferiores en adultos mayores de 20 años diagnosticados con diabetes. De hecho, el 60% de este tipo de amputaciones son consecuencia de esta enfermedad.
Un estudio de UCLA en 2014 mostró que las minorías y aquellos que viven en comunidades de bajos recursos son 10 veces más propensos a tener amputaciones que la población en general.
Pero las malas noticias no pararon ahí para Salgado, quien vive en la zona de Pico Union, cerca del centro de Los Ángeles, y ganaba el salario mínimo cuando trabajaba en un supermercado. También estuvo a punto de perder su pierna derecha.
Una mala cortada de la uña del dedo gordo, que no fue curada apropiadamente se infectó y terminaron amputándole dos dedos del pie derecho.
Luego le apareció una llaga en el talón que todavía se está tratando. Todo el pie derecho ahora esta vendado y en una bota protectora.
“Cuando te han hecho una amputación, tienes un 80% de probabilidades de una segunda amputación en los siguientes cinco años y de morir en 10 años”, advierte el Dr. Stanley Mathis, codirector del Centro para la Preservación de Extremidades y Cuidado Avanzado de Heridas en el hospital Adventist Health White Memorial de Boyle Heights, que atiende a Salgado desde hace un año.
Mathis y su equipo multidiciplinario intentan curar y salvar el pie derecho de Salgado, como lo hacen con los miles de pacientes que llegan a este centro, donde la gran mayoría son latinos que padecen de diabetes.
“Estamos tratando de limitar el nivel de amputaciones. No queremos que pierdan un pie o una pierna. Si pierden un dedo del pie, podemos vivir con eso”, dice el Dr. Mathis del tratamiento para pacientes como Salgado.
Explica que la ventaja del centro es que tienen a todos los especialistas – desde endocrinólogos hasta neurólogos y especialistas vasculares y de enfermedades infecciosas – bajo un mismo techo.
“Aquí manejamos la salud total de la persona. Lo que intentamos prevenir es que terminen en la sala de emergencias”, recalca.
Salvando extremidades
El Dr. Theodore C. Friedman, jefe del Departamento de Endocrinología en el Centro de Atención Médica del Hospital Martin Luther King Jr., dice que la diabetes crea problemas de circulación y otros males.
“Los niveles altos de azúcar permiten que las bacterias se desarrollen más, es cómo alimento para ellas”, dice el Dr. Friedman.
Raúl Rodríguez, de 69 años, tiene una de llaga que no termina de curarse en el talón de su pie derecho. Le diagnosticaron diabetes hace 15 años cuando sufrió “un susto”.
Dice que primero empezó a sentir “ardor en el talón” cuando caminaba, “como que me quemaba” y luego la piel se le comenzó a cuartear.
Hace tres meses “se me empezó a hacer como una cortadita” y ahora tiene “un agujero” del tamaño de la punta de un lápiz, explica.
Desde entonces recibe tratamiento en el Centro de Adventist Health White Memorial y su pronóstico es bueno, dice el Dr. Mathis.
El tratamiento adecuado de estas heridas es sumamente importante, ya que de lo contrario pueden llevar a la infección y, a menos que los médicos puedan tratarlas, amputaciones
Tratar las heridas en un pie también es mucho más barato que una amputación. Este tratamiento cuesta entre $7,500 y $20,600 dólares, según la Asociación Médica Podiátrica de Estados Unidos (APMA). En comparación, la amputación resultado de no atender esa herida puede costar desde los $70,400 hasta $500,000 dólares durante la vida del paciente.
Un estudio hecho por APMA el año pasado mostró que California se ahorraría entre $7.5 millones y $16.9 millones solo para pacientes de Medi-Cal, si se tratara apropiadamente estas úlceras en los pies y se previenen las amputaciones.
Pero todo ese dinero no se compara con el costo emocional para los pacientes.
“De haberle amputado (la pierna derecha) debajo de la rodilla, creo que emocionalmente se habría dado por vencido”, dice el Dr. Mathis de Salgado. “El que le hayamos salvado el pie lo motiva a seguir adelante”.
En efecto. Salgado, un fanático de las Chivas Rayadas del Guadalajara, se ríe a menudo durante la conversación con La Opinión y dice que trata de mantenerse activo.
Su esposa es la “chofer” de su silla de ruedas cuando salen, y “yo me la paso oyendo mi música vieja”, dice de lo que es su vida actualmente, ya que no puede trabajar.
“Me la paso mejor riendo que estar molesto. Ya me pasó”, dice resignado.
¿Se arrepiente de no haberse cuidado?
Dice que sí, pero agrega, “Ya lo bailado ¿quién me lo quita?”.
Y ofrece una recomendación simple para prevenir que otros diabéticos sufran.
“Que se cuiden. Esto no es juego. Es un cáncer silencioso”.
Este artículo se produjo como un proyecto para el USC Center for Health Journalism’s California Fellowship.