En un pequeño salón en el centro de Bakersfield, Brenda Blanton, que lleva una de las típicas batas del salón de belleza, se acomoda en una de las butacas frente al espejo. Kelly Giblin, dueña de este salón, se acerca a Blanton pero sin traer tijeras ni ruleros, sino un pequeña peluca que se asemeja a una melena rubia ceniza con raíces oscuras. “Es fabulosa”, le dice Giblin con mucho entusiasmo mientras la sujeta con broches al debilitado cabello de Blanton que lleva a la altura de los hombros. “La podemos colocar, cortarla y luego mezclarla con tu propio cabello. Ya verás, nadie lo notará”.
Las cabezas de maniquí con pelucas de cabello color castaño, rubio, rosa y violeta observan a Blanton desde sus respectivos lugares. Blanton hace años que visita el salón de Giblin, llamado Lemonade Locks, luego de una exitosa primera prueba: una melena castaña con reflejos dorados. “No podía contener la alegría”, señala Blanton, “y mi madre también me decía: ‘¡ay, se ve tan bien, parece tu propio cabello!’”
El salón Lemonade Locks se encuentra dentro de un centro de tratamiento para personas con cáncer. Si bien Giblin afirmó que la mayoría de su clientela pierde el cabello debido a la quimioterapia o los tratamientos con hormonas, la historia de Blanton es otra. Blanton comenzó a visitar el salón hace dos años para disimular la pérdida de cabello que comenzó a sufrir en la zona de la coronilla.
Pero todo cambió a comienzos de este año, cuando le diagnosticaron fiebre del valle, una enfermedad micótica con síntomas semejantes a la neumonía causada por la inhalación de esporas de un hongo que crece en terrenos áridos y polvorientos en California y Arizona. La fiebre del valle no causa por sí misma la pérdida sustancial del cabello, aunque los fármacos antimicóticos que se emplean para el tratamiento sí pueden provocar esta secuela. “Perdí las pestañas y me quedé sin vello en los brazos y en las piernas”, afirma Blanton.
Supo entonces que debía visitar el salón de Giblin. “Le dije que tenía fiebre del valle y que literalmente se me estaba cayendo todo el pelo”, recuerda Blanton. “Ya no se trata de pelo muy fino como de bebé, literalmente lo estoy perdiendo todo. Tengo que ir a verte”, le dijo.
Giblin señala que, con el paso del tiempo, cada vez tiene más clientes que padecen la fiebre del valle. “Todas las semanas recibo al menos un par de pacientes” que sufren pérdida de cabello asociada con esa enfermedad, afirma. Giblin señala que hasta hace dos años “nunca había visto casos de este tipo”.
El fluconazol es el medicamento que se receta comúnmente para la fiebre del valle —que se vende bajo el nombre comercial Diflucan— una píldora diaria que los pacientes pueden tener que tomar durante varios meses o incluso años para controlar los peores síntomas de la fiebre del valle. Este medicamento se considera el primer paso a tomar con los pacientes que sufren esta enfermedad, que en los últimos años ha alcanzado niveles epidémicos en California y Arizona.
“Sabemos que en el caso particular del fluconazol —el antimicótico usado con más frecuencia— provoca la pérdida de cabello”, señaló el Dr. Royce Johnson, epidemiólogo y director médico del Instituto de la Fiebre del Valle del Centro Médico Kern en Bakersfield. “En algunas personas las secuelas son insignificantes. Pero en otras son considerables”.
Sin embargo, la pérdida de cabello no tiene que ser considerable para tener un impacto a nivel psicológico. “A las personas les importa mucho su apariencia y si algo la altera radicalmente, esto causa traumas psicológicos”, señaló el Dr. Johnson.
El tratamiento para la fiebre del valle puede ser problemático. Si bien la mayoría de las personas que contraen esta enfermedad no manifiestan síntomas, en los casos más severos se deben usar antimicóticos como el fluconazol. Y como con cualquier fármaco diseñado para matar células dañinas, siempre existe el riesgo de que los antimicóticos también dañen los tejidos sanos. Otros medicamentos antimicóticos pueden causar menos pérdida de cabello, aunque se asocian con otros problemas, como la sensibilidad al sol y la retención de sales, lo que puede generar conflicto con otras enfermedades como la diabetes y las cardiopatías. Muchos de estos medicamentos cuestan miles de dólares al mes.
“No hay buenas opciones de tratamiento para la fiebre del valle”, señala Rob Purdie, superviviente de la fiebre del valle y vicepresidente de la Fundación Américas de la Fiebre del Valle, una organización sin fines de lucro. “Hay fármacos que controlan satisfactoriamente la enfermedad, pero ninguno de ellos la erradica, y las secuelas para tener esta enfermedad bajo control son bastante severas”.
Es probable que aumente la demanda de estos fármacos. Tanto en el 2016 como en el 2017 se registraron cifras récord de la cantidad de casos de fiebre del valle observados en todo el estado. Más de la mitad de dichos casos ocurrieron en el Valle de San Joaquín. El Condado Kern es el que siempre registra la mayor cantidad de casos en el estado. “Todos los años se observan entre 2000 y 3000 casos de fiebre del valle, por lo tanto, tiene un gran impacto entre las enfermedades transmisibles que observamos en el estado”, afirmó Kim Hernández, encargada de epidemiología de los Servicios de Salud Pública del Condado Kern.
El índice de casos registrados en el Condado Kern en 2017 fue el segundo más alto en la historia, tras el pico de la notoria “gran epidemia” ocurrida en 1992. Según datos preliminares obtenidos hasta el mes de junio, probablemente el índice de casos para el 2018 sea igual de severo que el año anterior. “Es difícil pronosticar cuántos casos tendremos en todo el año”, advirtió Hernández, “pero estamos pensando en al menos la misma cifra que tuvimos el año pasado”.
Sin embargo, los supervivientes de la fiebre del valle que toman fluconazol pueden sentir cierto consuelo: la pérdida de cabello causada por este fármaco no es necesariamente una secuela permanente. Una vez que el medicamento ya no está presente en el organismo, generalmente el cabello vuelve a crecer.
Brenda Blanton finalizó el tratamiento con fluconazol a comienzos del verano. Admite que es muy afortunada. “Probablemente me vuelva a crecer el pelo”, dice, pero “hay mujeres que tendrán que lidiar con esta secuela durante toda su vida, y es importante que se sientan bien con ellas mismas”.
Es un principio en el que ella misma cree, mientras pasa los dedos por su cabello debilitado que comenzó a perder años antes de ser diagnosticada con fiebre del valle. Blanton acaba de comprar su octava peluca y piensa continuar visitando este salón en el futuro cercano.