En el reino de las grasas y el azúcar
With limited access to affordable fruits, vegetables and other healthy foods, Mexicans living in New York are frequenting fast food restaurants instead of farmers' markets. The result is a spike in obesity and diabetes among this immigrant group.
Nueva York — Cuando Sandra Bravo llega a su hogar después de haber pasado todo un día limpiando casas ajenas, lo que menos le queda son ganas, y tiempo, de ponerse a cocinar.
La mexicana de 28 años, originaria de Guerrero y madre de dos niños (10 y 5), por lo general compra comida ‘rápida’ (fast-food) antes de llegar a casa. Ella sabe —y lo admite—, que no es lo más saludable para su familia, pero dice que no tiene otra opción.
“El mismo trabajo hace que tengamos comidas rápidas. Si yo fui a trabajar, regreso, recojo los niños, y tengo que llegar y darles de comer, entonces no me da tiempo de cocinar, por lo que paso y compro algo a las carreras: McDonald’s o arroz chino”, cuenta Bravo, quien tiene 10 años viviendo en Nueva York.
Al preguntársele con cuánta frecuencia consume ese tipo de alimentos, responde sin pensarlo mucho: “comemos hamburguesas de McDonald’s por lo general una o dos veces a la semana, pero a veces son tres, cuando no se tiene tiempo (...) Es que es la comida más barata que encuentras aquí”, reconoce.
Aunque en la mayoría de los casos no se trata de una decisión voluntaria, estudios han demostrado que muchos mexicanos, como Bravo y su familia, cuando emigran a EE.UU., cambian su dieta tradicional basada en maíz, cereales y leguminosas, por una de comida rápida como pizzas, hamburguesas y sodas.
Según el Centro para la Ciencia en Interés Público (CSPI, en inglés), que el pasado 22 de junio exigió públicamente a McDonald's que dejara de usar juguetes en el menú de los niños (Happy Meals), un almuerzo o cena en ese restaurante (hamburguesa con queso, papas fritas y una malteada de chocolate) contiene 700 calorías. Esto es más de la mitad (63% mayor) de las 1,300 calorías recomendadas por pediatras y nutricionistas en la ingesta diaria para niños de 4 a 8 años de edad.
“Mientras más tiempo pasan en EE.UU., consumen más comida ‘chatarra’. En nuestros análisis encontramos que baja mucho el consumo de frutas y verduras frescas con la aculturación”, indica el doctor Rafael Pérez-Escamilla, autor del estudio “El Papel de la Aculturación en la Nutrición, Estilo de Vida, y la Incidencia de la Diabetes Tipo 2 entre los Latinos”.
“Hay un mayor consumo de comidas afuera de casa y generalmente en los barrios donde viven los hispanos pobres, la comida disponible en la calle son hamburguesas, pollo frito, alimentos relativamente baratos, altísimos en calorías y muy bajos en nivel nutricional”, agrega Pérez-Escamilla, quien es profesor de Ciencias de la Nutrición, Epidemiología y Salud Pública de la Escuela de Salud Pública de Yale.
Aparte de la elevada cantidad de calorías, el CSPI asegura que un ‘Happy Meals’ contiene 7 gramos de grasas saturadas (la mitad del límite de 14 gramos $), 940 miligramos de sodio (alrededor de tres cuartas partes del límite de 1,200 miligramos), y 35 gramos de azúcar (el doble de la cantidad para un día).
El problema que enfrentan los inmigrantes con su dieta fue reflejado en una encuesta de salud comunitaria realizada en el 2007 por el Departamento de Salud de la Ciudad de Nueva York. Cuando se le preguntó a las personas si comían las 5 porciones o más de vegetales y frutas recomendadas por día, el 95% de hispanos respondió “no”.
El doctor Walid Michelén, director de las clínicas de la Corporación de Salud y Hospitales, en el Alto Manhattan, un vecindario neoyorquino con creciente número de nuevos inmigrantes mexicanos, advierte que estas personas “al consumir esos alimentos baratos terminan subiendo de peso”, y la obesidad representa el mayor riesgo para desarrollar diabetes tipo 2.
“Se hizo un estudio que encontró que el 65% de los mexicanos en este país son obesos o tienen sobrepeso”, informa Michelén.
Según la Asocia$ón Americana de la Diabetes, 2 millones de hispanos padecen de diabetes tipo 2 (10.2% de todos los latinos en EE.UU.). De ellos, el 24% son de origen mexicano, sólo superados por los puertorriqueños con el 26%.
Sandra Bravo no tiene diabetes, pero la enfermedad le preocupa porque ha dejado graves secuelas en su familia. “Mi abuela por parte de mamá murió por la diabetes, y por eso le tuvieron que amputar una pierna, ahora tengo un tío que también está sufriendo de lo mismo y a mi mamá, en su tiempo, le diagnosticaron diabetes juvenil”.
La joven, que no tiene seguro médico, aprovecha los servicios de salud que ofrece de manera gratuita el Consulado de México en Nueva York y algunos hospitales del área metropolitana, para chequearse los niveles de colesterol y la presión sanguínea. Ella sabe, que por su herencia familiar y por el tipo de alimentos que consume, está en alto riesgo de sufrir la enfermedad.
Pobreza, factor determinante
Expertos en el tema aseguran que la diabetes está estrechamente ligada a la pobreza. Las personas con menos recursos económicos tienen menos acceso a comida fresca y saludable.
Según el estudio “Diabetes en la Ciudad de Nueva York. Carga Pública y Disparidades”, del 2007, el 90% de los adultos que viven en vecindarios pobres no comen la cantidad de vegetales y frutas recomendada, en comparación con los que residen en zonas con mayores ingresos, que son en su mayor parte gente blanca.
“Las frutas y vegetales no son tan fáciles de conseguir para ellos en una comunidad de bajos recursos, porque no hay supermercados grandes, sino que sólo hay bodegas o tiendas chiquititas que venden cosas que no son tan frescas. Los pocos vegetales que hay son caros, y cuando se tienen recursos bien limitados y varios hijos, uno trata de comprar lo máximo usando el mínimo de dinero”, dice la doctora Judith Aponte, profesora de la Escuela de Enfermería del Hospital Hunter-Bellevue.
En el sector del condado de Brooklyn donde vive Sandra Bravo no hay supermercados grandes donde se puede acceder a verduras frescas y vegetales. Lo que sí abunda, como en otros vecindarios pobres donde viven inmigrantes, son los restaurantes de comida rápida (fast-food).
No escapan a la vista pizzerías, establecimientos de comida china o cadenas como McDonald’s y KFC, que anuncian sus hamburguesas y papas fritas muy baratas y sus combos familiares de pollos fritos.
Por otra parte, muchos de los barrios donde viven los inmigrantes no cuentan con mercados de agricultores (‘farmers markets’) y si los hay, son muy esporádicos.
“Cuando vienen los agricultores a la Cuarta Avenida, es cuando aprovechamos de comprar cosas frescas, pero solamente vienen dos meses que son agosto y septiembre”, dice Bravo.
Cuando no está la familia
La mayoría de los expertos consultados para este reportaje concuerdan que un factor que influye en los drásticos cambios alimenticios de los inmigrantes mexicanos cuando llegan a EE.UU., es la falta de la familia.
“Hay una gran diferencia entre el inmigrante que está aquí solo trabajando los 7 días de la semana, 8 horas sin comer, y el inmigrante que tiene una familia aquí, que tiene alguien que le cocine o prepare comida en casa”, dice Jossana Tonda, coordinadora de la Ventanilla de Salud, un programa del Consulado de México en Nueva York.
“Están acostumbrados en México, a comer sus tres comidas al día, porque siempre hay una persona en casa cocinando, pero una vez que llegan a EE.UU. y están solos, su estilo de vida cambia y también su dieta”, indica la doctora Sandra Avalo, una nutricionista y educadora de diabetes en el Hospital Elmhurst en Queens.
Sandra Bravo coincide con las opiniones de los expertos. “Cambiamos el estilo de vida porque venimos aquí para trabajar y ahorrar, porque queremos tener un peso más en la bolsa y mandar más dinero al país (México). Trabajamos muchas horas y no comemos bien, para tratar de ahorrar lo máximo aquí y enviar lo máximo allá”.
Sodas, enemigos de los niños
En los últimos años se ha visto un aumento alarmante de casos de diabetes tipo 2 en niños en EE.UU., y los infantes hispanos tienen tres veces más chance de desarrollar la afección que los de otros grupos debido, principalmente, a los altos índices de obesidad. El Departamento de Salud de la ciudad de Nueva York estima que hay un 40% de niños obesos o con sobrepeso, de los cuales, el 46% son hispanos.
Estudios realizados en esa urbe, con niños de 4to a 6to grado de primaria, demostraron que los infantes mexico-americanos consumen más bebidas azucaradas y artificiales, que los no latinos, por lo que están en mayor riesgo de ganar peso.
“Los mexicanos son el grupo que consume más bebidas azucaradas; refrescos y gaseosas”, dice Lorena Drago, nutricionista y educadora de diabetes en el Hospital Lincoln , en El Bronx, un condado donde el 12% de sus residentes sufre de diabetes. Drago, que es voluntaria de la Asociación Americana de la Diabetes, advierte que la alta concentración de azúcar en los refrescos produce obesidad a una edad temprana. “El aumento en la circunferencia de la cintura se considera uno de los mayores riesgos para desarrollar diabetes y enfermedades cardiovasculares”.
Según un estudio realizado como parte de los programas de prevención de la obesidad y la diabetes en el Hospital de Niños de Los Angeles, entre 1970 y 2005, el consumo de azúcar en EE.UU. aumentó un 19%, y el consumo diario de calorías de los refrescos subió un 70%, de 7,8 a 13,2 onzas, por lo que se ha triplicado la obesidad infantil. Estados Unidos se está, literalmente, “ahogando en azúcar”, dice Katrina Kubicek, una de autoras del estudio.
Especialistas advierten que si hay historia de diabetes en la familia, como el caso de los hijos de Sandra Bravo, los niños están en mayor riesgo de ser diabéticos en su edad adulta. Por ello, recomiendan a los padres hablar con un pediatra sobre un plan de nutrición saludable para sus hijos y que estén seguros de que los infantes sean más activos en su vida diaria.
pedro.frisneda@eldiariony.com