Traumas persiguen a inmigrantes salvadoreños

Ana Azpurua wrote this special with the support of the USC Annenberg California Endowment-Journalism Fellowship 2012. Other parts include:

Violencia estremece bienestar de madre salvadoreña

Hace un año, María y su esposo vendieron sus automóviles, el local de venta de materiales de construcción que tenían y le pagaron cerca de $14,000 a un coyote para que los llevara de El Salvador a Estados Unidos.

La pareja sostiene que hacía más de un año que los extorsionaban pandilleros. El hombre pasaba las noches en vela, a veces María lo escuchaba llorar. Cuando se enteró de las amenazas, ella dejó de ir a la iglesia todos los días, como solía hacerlo, por temor a que la agredieran.

“Decían que ellos no juegan, que ellos sí lo van a matar a uno”, señala María.

Ellos vivían en uno de las provincias consideradas por la Agencia de la ONU para los Refugiados (Acnur) como de los más violentos de El Salvador, con un alto índice de criminales deportados de Estados Unidos y México, que luego nutren las filas de los maras.

La pareja, que ahora reside en el Norte de Texas, accedió a hablar con Al Día bajo la condición de que no se usarán sus nombres completos por temor a represalias.

A meses de haber llegado a Texas, el hombre todavía prefería quedarse en la casa, y cualquier situación que le recordara lo vivido en El Salvador lo paralizaba, incluso toparse con un vecino que tiene un tatuaje.

“Al ver a los manchados estos, todos manchados, me da miedo”, dice el hombre.

“Me cayó depresión… no me daba hambre, solo era de querer llorar y llorar por la situación que estábamos viviendo, y decía ‘ay Dios, ¿por qué nos está pasando esto, qué hemos hecho, qué hicimos mal?’”, cuenta la mujer. “Eso sí nos ha venido afectando a los dos porque hasta hoy yo siento aquella tristeza, aquella aflicción”.

Mientras narran su experiencia, sus cuerpos tensos contrastan con la paz de una tarde despejada, en la que los vecinos pasean a sus perros y el atardecer pinta de rosado la hilera de casas.

Aunque no mantienen cifras específicas de estos casos, profesionales de salud mental entrevistados por Al Día atestiguan de inmigrantes latinoamericanos para quienes los traumas vividos por la criminalidad en sus países se combinan con los peligros del viaje al norte y las angustias propias de la transplantación de patria. Esto contribuye a niveles elevados de estrés, ataques de pánico, síntomas de ansiedad, depresión o en casos extremos estrés postraumático (PTSD).

También mencionan que el miedo, la preocupación por sobrevivir económicamente y el estigma desalientan o retrasan la búsqueda de ayuda profesional, manteniendo su vía crucis en las sombras.

En centros consultados con un alto porcentaje de clientes hispanos, la violencia doméstica es la amenaza más común a la salud mental. Sin embargo, la criminalidad es una sombra sobre la tranquilidad de las familias que atienden, tanto de Centroamérica y México como de otras zonas candentes de América Latina.

“La mayoría de mis clientes tiene miedo por algún familiar que está allá, de que vaya a ser agredido o está amenazada por el agresor”, dijo Claudia Ospina, psicoterapeuta bilingüe de Mosaic Family Services, que brinda servicios a víctimas de violencia. “Encima de que vienen con el trauma de lo que han vivido allá, vienen aquí y experimentan más trauma”.

“Muchos de nuestros clientes no pueden aprender, no les va bien en la escuela, no se pueden concentrar académicamente, por la depresión, la ansiedad, el trauma, entonces literalmente hay una parte de su cerebro que no se conecta, están en ese estado de pelea o huída, de cómo pueden garantizar su seguridad”, indicó Michelle Kinder, directora ejecutiva del Salesmanship Club, basándose en la experiencia de la organización al dar consejería a niños centroamericanos que han cruzado solos la frontera huyendo de la violencia en sus países.

La inseguridad

En el Norte de Texas, donde habitan unos 59,000 salvadoreños de acuerdo al Censo 2010, líderes comunitarios hablan de las tribulaciones que enfrentan familias de ese país tocadas por la inseguridad.

En un viernes cualquiera, la iglesia Santa María de Guadalupe en Irving parece una feria: niñas caminan con vestidos blancos de primera comunión, padres bautizan a sus niños, algunos feligreses venden pupusas y pastelitos.

Pero en medio de este ambiente festivo, se cuelan también voces entrecortadas por la angustia, relatos de sufrimiento y lágrimas de desesperación.

“La vida está más difícil en El Salvador”, dice el padre Pedro Portillo, en referencia a la violencia que han aterrorizado las calles de su país en los últimos años.

“El que tiene dos buses, el que tiene una tienda, una pequeña empresa, lo extorsionan, está expuesto a que lo maten”, dice. “Aquí a la iglesia ha llegado mucha gente de esa que lo ha dejado todo”.

En los últimos tres años, los desplazamientos hacia otros países a causa del crimen organizado se evidencian con mayor intensidad en el llamado “triángulo norte” —El Salvador, Guatemala y Honduras— , en zonas donde se registran altos índices de homicidios, extorsiones y amenazas, destaca el reporte Desplazamiento Forzado y Necesidades de Protección en Centroamérica, publicado en mayo pasado por la agencia Acnur de la ONU.

El reporte resalta la escasez de cifras oficiales que lleven cuenta de los desplazamientos forzosos, pero indica que Estados Unidos es el principal país receptor de refugiados centroamericanos.

En las últimas décadas la violencia asociada a las pandillas en El Salvador creció al punto de que el país alcanzó uno de los índices de homicidios más altos del mundo. Estos grupos conocidos como “maras” se conformaron en los años 80 en Estados Unidos nutriéndose en parte de refugiados y exilados de las guerras civiles de la región; luego, muchos de estos pandilleros fueron deportados a sus países, y los grupos tomaron rango de organizaciones criminales internacionales, reclutando a jóvenes vulnerables en Centroamérica.

Miedos pasados y presentes

María y su esposo aseguran que emprendieron su viaje a Estados Unidos en diciembre del 2011 porque temían ser asesinados. Cuando cruzaron la frontera sin documentos fueron detenidos por las autoridades migratorias estadounidenses. Ella pasó semanas y él meses en centros de detención.

Esa experiencia, relatan, desestabilizó aún más su estado emocional.

“Generalmente si estás en una situación violenta en tu país de origen, te estás yendo rápidamente, no estás haciendo planes, estás huyendo, por lo que ese proceso probablemente implica que la forma en la que vienes aquí es más peligrosa, tienes menos tiempo de planificar y menos tiempos de ajustarte al cambio”, señaló Amera Sergie, consejera de Mosaic. “El riesgo de que tu salud mental se vea afectada aumenta debido a la situación”, agregó.

“No todo el mundo que experimenta un trauma y violencia quedará traumatizado, la gente sobrelleva distinto las cosas, cada quien tiene una resiliencia (capacidad para sobreponerse a situaciones extremas) distinta, pero en general si experimentas hechos violentos y traumas vas a tener mayor dificultad”.

Entre el 7% y 8% de la población en Estados Unidos tendrá estrés postraumático en algún momento de sus vidas, según el Centro Nacional de PTSD.

En su travesía, son múltiples los peligros que enfrentan los inmigrantes.

“Muchas cosas pasan, eso nosotros lo vemos”, señala Alma Reyes, consejera de la organización Victims Outreach, “gente que la roban, agresión sexual, abuso mental… a veces los que los transportan están constantemente agrediéndolos”.

“Son demasiadas cosas que al no tener con quién platicar” pueden empeorar el impacto en la salud mental, dijo.

Las 2,000 millas de distancia que los separan de El Salvador les dan algo de seguridad a María y su esposo, pero él aún se levanta en las noches angustiado, sufre de insomnio y, de acuerdo con su esposa, tiene cambios repentinos de humor.

“Con la misma siento que estoy allá. El mismo temor. Uno vive con miedo”, señala el hombre.

Las secuelas psicológicas de haber sido víctima de la violencia o de un crimen contra un ser querido en algunos casos pueden durar años, y los síntomas aparecer mucho tiempo después de la exposición.

“Si pueden irse y venir a Estados Unidos, el alejarse de la violencia es una mejoría, pero aún puedes desarrollar síntomas de depresión o estrés postraumático aunque lo que haya pasado está en el pasado o ya te hayas alejado”, indicó Octavio Martínez, director ejecutivo de la Fundación Hogg, especializada en salud mental en Texas.

El psiquiatra, quien destacó la resiliencia de los inmigrantes, pone de ejemplo a soldados que regresan de la guerra pero que una vez en casa siguen luchando con síntomas de depresión, pensamientos suicidas y estrés postraumático.

“No es tan distinto para esas familias o individuos que han dejado ya sea Honduras, El Salvador, o partes de México porque la experiencia ya pasó, ese es el fondo de la cuestión”, indicó. “Aunque estés alejado de la experiencia, las memorias y la historia de trauma viene contigo, eso no lo dejas atrás”.

Investigaciones pasadas sobre inmigrantes expuestos a violencia política y refugiados apuntan a que se trata de un asunto complejo, en el que confluyen factores como la cultura, los nexos familiares, el status migratorio, la discriminación, aculturación, apoyo familiar y expectativas sobre el éxito pueden mediar el impacto psicológico de los traumas sufridos.

Lo que sucede luego de que se llega a Estados Unidos debe tomarse en cuenta.

“Dependiendo de tu situación económica, de tu habilidad con la lengua, de si tienes o no amigos y familia en el país al que te estás mudando, todo eso va a determinar cómo se manifiestan estos problemas” en tu salud mental, señaló Sergie, consejera de Mosaic.

María y su esposo ahora enfrentan sentimientos de desarraigo, la presión por encajar en una nueva cultura y la angustia ante la posibilidad de ser enviados al país del que huyeron. A su favor, tienen el apoyo de familiares y su comunidad religiosa.

La pareja está en proceso de deportación. Han hablado con varios abogados, pero dice que no tienen los miles de dólares que les piden para llevar su caso.

Desde hace meses María y su esposo, quienes carecen de seguro médico, sufren de fuertes dolores de cabeza. Contaron que fueron a una clínica comunitaria porque querían que les recetaran una medicina para aliviar la dolencia. Pero prefirieron no contarle al médico las experiencias que habían pasado.

Consejeros en el Norte de Texas señalan que muchos recién llegados no saben a dónde acudir para buscar ayuda, también han detectado que quienes están sin documentos tienen mucho miedo. La falta de seguro médico, escasez de terapistas bilingües y medios de transporte también son barreras.

“Hay un estigma en buscar ayuda fuera de tu familia, ya sea para servicios de salud mental u otros”, señala Sergie.

“No estás loco si estás recibiendo ayuda para tu salud mental; en realidad, eres bastante sano si te das cuenta de que hay algo que no funciona y que necesitas buscar apoyo”, agregó.

Reyes, de Victims Outreach, señala que ha visto cómo inmigrantes “bloquean” sus traumas para sobrevivir, pero luego ocurre un incidente que detona la crisis.

“Ponen eso muy atrás en su mente y a veces sucede algo que trae todo eso y aquí tienen un espacio” para hablar, señaló.

El apoyo de la familia y los amigos puede servir de colchón para amortiguar el impacto de experiencias difíciles. El pertenecer a un grupo o encontrar consuelo en la religión también ayuda al bienestar emocional, coinciden expertos.

Pero advierten que cuando el estrés o la tristeza interfieren en el estilo de vida y lo que antes le daba placer, deja de entusiasmarlo, es recomendable buscar ayuda profesional.

María está estudiando en una iglesia local para poder llevarles la comunión a los enfermos. Esto le ha dado entusiasmo.

A su esposo le ha ayudado la actividad física cuando trabaja en construcciones, pues llega tan cansado que le es más fácil conciliar el sueño.

Pero pasó de tener una casa y negocio propio a vivir con familiares y el temor a ser deportados es una constante angustia.

“Yo me vine porque si me quedaba podía ser que cumplan sus amenazas”, señaló María. “Espero que cambien las cosas porque no es fácil estar fuera del hogar de uno (…) No es fácil andar huyendo, andar con miedo”.

This story was originally published in Aldiatx.com January 18, 2013

Photo credit: ANA E. AZPURUA/AL DÍA

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