En la “capital avícola” de Virginia Occidental, los trabajadores inmigrantes luchan por encontrar el apoyo que necesitan
The story was originally published in Mountain State Spotlight with support from our 2023 Impact Fund for Reporting on Health Equity and Health Systems.
(Crédito: Duncan Slade)
MOOREFIELD — Tatiana tenía dos opciones después de perder su trabajo en 2020, y ambas le rompieron el corazón.
La primera era quedarse en Honduras, un país donde más de la mitad de la población vive en la pobreza. Sin nuevas oportunidades de trabajo, Tatiana sabía que ella y sus dos hijos pequeños lucharían por sobrevivir.
La segunda opción fue aceptar la oferta de un hondureño que vivía en Moorefield, un pueblo de 2,800 habitantes en la zona montañosa Potomac en Virginia Occidental. A través de las redes sociales, dijo que había trabajo para inmigrantes indocumentados y se ofreció a pagar para que Tatiana y un niño se unieran a él como familia.
Tatiana eligió la segunda opción, y junto con su hija hizo el viaje de 15 días en autobús y camioneta hasta Moorefield. A los pocos días de llegar, Tatiana empezó a trabajar para una empresa contratista que proveía de personal a las líneas de producción de la fábrica avícola de Pilgrim’s Pride, el mayor empleador de un pueblo conocido como la “capital avícola de Virginia Occidental”.
En aquel momento, la fábrica se encontraba desesperada por conseguir trabajadores.
“Esta fue la única opción para dar a mis hijos una mejor situación económica”, dijo Tatiana, que se identifica por su segundo nombre porque teme ser deportada.
Después de unos meses, el hondureño se volvió violento, lo que llevó a Tatiana y a su hija a mudarse. Durante dos semanas estuvieron sin hogar, con la ropa en bolsas, y Tatiana no sabía cómo sobrevivir.
“Mi hija lloraba mucho”, dijo. “Me preguntaba mucho: ‘¿por qué me trajiste a Estados Unidos si estaba feliz en mi país?’”.
En las últimas tres décadas, miles de inmigrantes como Tatiana han venido al condado de Hardy a trabajar para Pilgrim’s Pride, una rama del mayor productor de pollos del mundo.
(Crédito: Duncan Slade)
Es un arreglo que permite a la empresa alcanzar sus objetivos de beneficios. Aunque Pilgrim’s rara vez reconoce abiertamente su dependencia de los trabajadores inmigrantes, a menudo menciona en sus documentos corporativos las nuevas leyes de inmigración o su aplicación como posibles amenazas a sus operaciones comerciales.
Muchos recién llegados esperaban que la planta fuera un camino hacia una vida sana y feliz, algo que puede parecer imposible en sus países de origen.
Pero cuando surgen problemas fuera del trabajo, dicen que hay pocas personas capaces para ayudarles. Los inmigrantes de Moorefield suelen tener dificultades para encontrar una vivienda asequible, servicios de interpretación adecuados, ayuda financiera y otros recursos que podrían facilitar la transición a Estados Unidos.
“Cada año, no se resuelve”, dijo Moisés Saravia, un inmigrante de El Salvador que lleva 16 años viviendo en la zona y es pastor de una iglesia hispana. “Cada año hay más problemas, más problemas, más problemas”.
En los últimos años, Pilgrim’s ha hecho públicas sus donaciones a Moorefield – un poco menos de un millón de dólares. La empresa ayudó a pagar una guardería llamada “Little Peeps”, un centro recreativo cubierto junto a la escuela primaria, una ampliación del parque local y desfibriladores actualizados en todo el condado.
El proyecto más reciente de Pilgrim’s – un complejo de apartamentos cerca de la fábrica – también forma parte de la inversión local de la empresa, según el director de la planta, Allen Collins.
“Pilgrim’s entiende la responsabilidad de ser el mayor empleador del condado de Hardy”, escribió a los funcionarios electos sobre el proyecto. “La planta de procesamiento en Moorefield emplea a más de 1,700 trabajadores y apoya muchas operaciones familiares de cultivo en la zona”.
(Crédito: Allen Siegler)
Pilgrim’s ya alquila viviendas a algunos de sus nuevos empleados, pero puede cobrar a los trabajadores cientos de dólares más al mes de lo que el gobierno federal considera justo para el condado de Hardy.
Las oficinas corporativas y locales de la empresa no respondieron ni a los correos electrónicos, llamadas telefónicas, ni a una carta con más de una docena de preguntas relacionadas con esta historia.
Algunos programas del gobierno local y unas organizaciones sin fines de lucro han intentado ayudar a los recién llegados al condado de Hardy con los problemas que encuentran fuera de la planta. Pero la mayoría han tenido dificultades para cultivar vínculos con las nuevas poblaciones. A menudo es por fondos limitados o por la dificultad de conectar con personas que hablan uno de los más de diez idiomas distintos.
“Creo que hay muchas cosas relacionadas con la comunidad inmigrante que no conocemos bien”, dijo David Workman, presidente de la Hardy County Commission [Comisión del Condado de Hardy].
Muchos en la comunidad aún están aprendiendo qué idiomas se hablan entre la población inmigrante de Hardy, una población que cambia con frecuencia.
“Realmente no lo sabemos”, dijo Susan Knibiehly, directora de operaciones de Eastern Action, un grupo de servicios sociales con sede en Moorefield. “Necesitamos más información para poder contar con cosas adecuadas”.
Esa falla ha llevado a antiguos y actuales trabajadores inmigrantes a quedarse sin los beneficios a los que tienen derecho o sin el tratamiento médico que necesitan, a tener dificultades para pagar las cuentas, y a preocuparse si tendrán comida suficiente para sus hijos.
En Honduras, Tatiana era una trabajadora del gobierno que ayudaba a reparar las casas de los residentes pobres. Pero cuando se quedó sin casa en Moorefield, no sabía quién podía ayudarla.
“Di mucho por la gente y ofrecí muchos servicios”, dijo. “Aquí, a veces pienso ‘¿en dónde está todo lo que he dado?’”.
Puede hacer que se cuestione por qué se fue de Honduras, a pesar de la pobreza persistente que afrontaba allí.
“Sólo pensaba en cambiar el destino económico de mis hijos”, dijo. “Estoy aquí y no he podido cambiarlo. Así que siento que el Sueño Americano no existe”.
Dónde la ayuda se queda corta
(Crédito: Duncan Slade)
Tras mudarse, Tatiana nunca volvió a casa del hondureño.
Según ella, el hombre la golpeó delante de su hija, incidente que la llevó a solicitar una orden de protección contra él por violencia doméstica. (Los documentos muestran que un juez aprobó una orden de emergencia, pero rechazó una permanente, al concluir que “las partes testificaron en contradicción entre sí, y las alegaciones no alcanzan el nivel de violencia doméstica”).
Tatiana optó por llevar a su hija a casa de una compañera de trabajo, donde vivieron brevemente antes de alquilar una casa móvil en las afueras de Moorefield. Dijo que el arrendador le cobraba $1,000 al mes de renta.
“Puede que sólo tuviéramos huevos, frijoles, leche, cereal”, dijo. “Pero algo teníamos”.
Pero a finales de 2022, casi al mismo tiempo que Pilgrim’s comunicaba a sus accionistas que su escasez de mano de obra estadounidense iba mejorando, Tatiana y otros inmigrantes indocumentados trabajando en el sector avícola de Moorefield fueron despedidos.
Sin un ingreso, Tatiana tenía problemas para pagar la renta mensual. A veces, las cuentas de los servicios públicos consumían hasta el último centavo que había ahorrado. Un mes, dos desconocidos le pagaron la cuenta de agua de $70 y la de basura de $30 – recuerda que se echó a llorar.
“No lloré por el dinero”, dijo. “Lloré porque sabía que aunque estaba pasando por situaciones muy difíciles, Dios proveía”.
Aunque Tatiana sabía que había programas públicos que ayudaban a los residentes de Moorefield con dificultades económicas, nunca los buscó porque le preocupaba ser deportada.
“Sinceramente, no sé qué puedo solicitar”, dijo.
Katy Lewis, una abogada de la organización sin fines de lucro Mountain State Justice, ha observado que este mismo problema sucede frecuentemente entre los habitantes del condado de Hardy. En el último año, la organización ha intentado colaborar con los inmigrantes de Moorefield para ayudarles a encontrar una vía hacia la residencia legal o la ciudadanía en Estados Unidos.
Lewis dijo que con frecuencia las complejidades de la ley migratoria dejan a los inmigrantes sin saber qué ayuda está disponible.
“Nuestro sistema migratorio es muy complicado”, dijo. “Incluso la persona más capacitada tendría dificultades para navegar por él, por no hablar de una persona que no hable inglés y quizás no sea alfabetizada en cualquier idioma”.
Y no son sólo los inmigrantes indocumentados de la ciudad los que tienen dificultades para acceder a la ayuda. Hace dos años, Erika Pérez, peruana de 44 años y residente permanente, dejó de trabajar en el matadero de Pilgrim’s para cuidar de su hija pequeña.
Después de renunciar, al inicio cumplió los requisitos para recibir ayuda alimentaria del gobierno de Virginia Occidental. Pero en marzo de este año, el Estado le negó su solicitud de beneficios.
Por meses, Pérez no supo por qué ya no recibía la ayuda. El gobierno le envió unos documentos por correo, pero todos en inglés.
“Llamaba a mi amiga, que tenía que ayudarme”, dijo Pérez, a través de una intérprete de español. Tardó hasta mediados de mayo en conseguir que le renovaran la ayuda.
Saravia, el pastor salvadoreño, nota que este tipo de lucha les rodea a los miembros de su iglesia.
“Todos en la iglesia necesitan más atención”, dijo mientras estaba sentado frente al púlpito de madera donde dirige a los feligreses en canciones y oraciones los fines de semana.
Ha hecho todo lo posible, desde tratar de conseguir fondos para un banco de alimentos de la congregación hasta visitar las casas de sus feligreses enfermos.
El otoño pasado, Saravia aceptó un trabajo en la planta avícola. Por la noche, agarraba a miles de pollos vivos por las patas y enganchaba sus pies a una cinta transportadora industrial revestida de grilletes metálicos.
Durante el día, ayudaba a los miembros de su iglesia. Cada semana, llevaba a los feligreses que no tenían carro a ver al médico o al abogado de inmigración, a veces llevándolos a lugares tan alejados como Morgantown, lo que implica un viaje de 100 millas en cada sentido por las montañas que rodean Moorefield. A veces, no sólo hacía de chófer, sino también de intérprete entre español e inglés.
(Crédito: Duncan Slade)
Este ritmo se hizo a costa de su propia salud. Mientras más pollos colgaba, más le dolía el hombro. Saravia apenas tenía tiempo de asistir a las citas médicas para controlar la diabetes.
En marzo, dejó la planta para cuidarse mejor a sí mismo y a su iglesia. Ahora, sin su salario, a Saravia y su esposa (que aún trabaja en la planta) les preocupa cómo van a mantener a sus hijos.
Pero los dos reconocen que el ritmo anterior no era sostenible.
“Me dijo: ‘¿Sabes qué? Tómate el tiempo ahora mismo'”, dijo. “‘Intenta mejorarte'”.
Muchos de sus feligreses vinieron a Moorefield a trabajar en Pilgrim’s y siguen haciéndolo. Pero son pocos los que se quedan mucho tiempo en la fábrica.
Los datos más recientes del censo de fuerza laboral muestran que en el primer semestre de 2023, unos 500 empleados de Pilgrim’s habían renunciado o habían sido despedidos de la fábrica.
Para los inmigrantes como él, que tienen que abandonar la planta, Saravia ve que muchos de ellos luchan por cubrir sus gastos. Dice que la mayoría de los feligreses aún están aprendiendo inglés, y casi todos los demás empleadores de Moorefield exigen que los solicitantes lo hablen.
“Hay un sólo trabajo”, dijo.
“Merecen la misma oportunidad que tuvimos nosotros”
(Crédito: Duncan Slade)
En el centro de Moorefield hay tres canchas de básquet recién construidas en el parque del pueblo; sus suelos sintéticos azules y amarillos corresponden a los colores de la escuela secundaria. En todos los edificios públicos y zonas verdes del condado, una organización sin fines de lucro ha instalado desfibriladores nuevos en lugar de los antiguos.
Pilgrim’s pagó ambos proyectos. Las donaciones forman parte de la contribución de la empresa al condado de Hardy, donde casi uno de cada tres trabajos es directo para la empresa y decenas de granjas locales crían pollos que se procesan en la planta.
También hay un programa de vivienda de la empresa. A cambio de una cuota semanal, que se deduce directamente de sus sueldos, algunos empleados viven en residencias de Moorefield y los pueblos vecinos como Petersburg. Pilgrim’s colabora con la Potomac Valley Transit Authority [Autoridad de Tránsito del Valle Potomac] para llevar a los empleados a la fábrica.
Este año, la empresa levantará un complejo de 168 apartamentos frente a la lavandería del pueblo y a unos cientos de metros de su fábrica. En los últimos meses, los obreros de la construcción han dado forma a un complejo de tres pisos con vigas de madera, paneles de vidrio, y madera contrachapada de color cactus.
(Crédito: Roger May)
En una carta dirigida a los senadores y delegados estatales que representan al condado de Hardy, Collins (el director de la planta) dijo que los apartamentos están diseñados para abordar la crisis local de vivienda asequible, un problema que afecta a toda la zona oriental de Virginia Occidental.
“Gran parte de nuestra mano de obra actual se traslada desde hogares en los condados vecinos de Grant, Hampshire y Pendleton”, escribió Collins. “Tener opciones de vivienda locales y asequibles ayudará a nuestros empleados y a los empleados de otras empresas locales a asegurar un mejor equilibrio entre la vida laboral y personal”.
Workman, presidente de la Hardy County Commission, se alegra por la llegada de los apartamentos a una zona que tanto necesita más lugares donde vivir. Conoce a dos maestros que tuvieron que buscar en los condados vecinos para encontrar viviendas acordes con su presupuesto.
Pero también le preocupa que Hardy siga dependiendo de un solo empleador.
“Igual como [dependíamos de] la antigua empresa de carbón”, dijo Workman. “Y eso es preocupante, quiero decir, dado la historia”.
La vivienda empresarial puede ser cara. Mountain State Spotlight habló con varias familias inmigrantes que vivían en viviendas de Pilgrim’s y descubrió que la renta puede ser mucho más alta que la de unidades similares. Spotlight verificó estos precios examinando los recibos de pago de los empleados para ver cuánto dinero Pilgrim’s restaba para la renta.
(Crédito: Roger May)
Mountain State Spotlight habló con dos empleados haitianos que pagaban alrededor de $1,300 al mes por un apartamento de una habitación antes de mudarse a una vivienda que no es de Pilgrim’s. En contraste, el Departamento de Vivienda y Desarrollo Urbano de EE. UU. determina que la renta justa de mercado en 2024 para viviendas en el condado de Hardy es de sólo $685 para una habitación y $869 para dos habitaciones en 2024.
Los representantes de Pilgrim’s no respondieron a las preguntas de cómo establecieron estos precios y si esperan cobrar a sus empleados una renta similar por los nuevos apartamentos.
(Crédito: Roger May)
Melissa Judy tiene 53 años y es empleada de producción de Pilgrim’s. Ha vivido toda su vida en la zona oriental de Virginia Occidental. Dice que son en su mayoría trabajadores inmigrantes los que viven en las viviendas empresariales, algo que la frustra a ella y a otros empleados blancos que luchan por encontrar un lugar donde vivir.
“No hay sitios para alquilar para nosotros los americanos”, dice Judy, que vive en una casa rodante. “Me molesta”.
Susie Webster es una antigua empleada de la planta que ahora trabaja en la lavandería frente al nuevo complejo de apartamentos de Pilgrim’s. La desconexión entre algunos trabajadores inmigrantes y no inmigrantes la hace pensar que la empresa de pollos está creando tensiones innecesarias entre trabajadores blancos e inmigrantes.
En la lavandería, Webster acostumbra a ayudar a los recién llegados a lavar la ropa y a manejar las máquinas. Aunque no comparte el idioma con la mayoría, cree que a muchos les vendría bien más apoyo en Moorefield.
(Crédito: Roger May)
“Es casi como si trajeran aquí a los inmigrantes, los echaran como si fueran basura y no les explicaran bien cuáles son sus recursos”, dice mientras dobla ropa y cambia el dólar de una chica haitiana por monedas de 25 centavos.
“Merecen la misma oportunidad que tuvimos nosotros. Porque no son diferentes”.
Satisfacer las necesidades específicas del condado de Hardy
Como Vicesuperintendente del Hardy County School District [Distrito Escolar del Condado de Hardy], Jennifer Strawderman sabe que la presencia de Pilgrim’s genera unas responsabilidades únicas para el gobierno local. En el año escolar 2023-2024, el seis por ciento de los niños en las escuelas del condado eran estudiantes de inglés como segundo idioma. Ese es el porcentaje más alto en todo el estado, la mayoría de los otros distritos no tienen ni un solo estudiante de inglés como segundo idioma.
(Crédito: Roger May)
Para atender las necesidades de los alumnos inmigrantes, el condado de Hardy emplea a cuatro maestros de inglés como segundo idioma, uno para cada escuela pública de Moorefield. Strawderman dice que no deja de estar impresionada al ver cómo los cuatro enseñan a sus estudiantes con recursos limitados.
Y Pilgrim’s proporciona algo de ayuda. Hablando en una sala de conferencias de la oficina central del distrito, explica que la empresa de pollos da a las escuelas del condado de Hardy unos $7,500 al año, dinero que se gasta en un servicio de interpretación de idiomas para todo el distrito y en un programa extracurricular de inglés para los alumnos que no pueden asistir a la escuela por la mañana.
“Eso les va a permitir graduarse”, dijo Dennis Hill, un profesor jubilado que enseñó inglés para hablantes de otros idiomas en el condado de Hardy durante más de una década.
(Crédito: Roger May)
Pero Strawderman dijo que la proporción de estudiantes de inglés por profesor puede dificultar la conexión con los niños. En febrero, dijo que la clase de estudiantes de inglés en la secundaria tenía 54 estudiantes y un solo profesor.
Y como no hay asistentes en muchas aulas, Strawderman dijo que es difícil para los instructores asegurarse de que los estudiantes aprendan – muchos de ellos se incorporan o abandonan la clase a mitad de curso.
“Tiene que ser muy duro para los niños más que a nadie”, dijo.
No son sólo los grupos del gobierno local los que están al límite de su capacidad. La Eastern Regional Family Resource Network [Red de Recursos Familiares de la Región Oriental] intenta ayudar a las familias de Moorefield a cubrir sus necesidades básicas con bancos de alimentos, despensas de artículos para bebés y clases de verano gratuitas.
De vez en cuando Pilgrim’s ayuda a la organización sin fines de lucro, al igual que al distrito escolar. Joanna Kuhn, directora de la organización, dijo que la empresa de pollo donó $3,500 a un evento para conectar residentes de los condados de Hardy y Grant con recursos útiles.
Pero explica que la donación se hace una vez al año, y que su organización sigue con dificultades para mantener otros programas que son necesarios para los inmigrantes.
“Nuestro banco de artículos para bebés tiene un presupuesto muy pequeño de unos $3,000 al año”, dijo Kuhn. “Hemos tenido que repartir menos”.
Ta-Yare Meade, otra empleada de la organización, sugirió que Pilgrim’s podría hacer donaciones mensuales de $500.
“Tienen que ayudarnos a ayudar a sus empleados”, dijo. “No creo que sea demasiado injusto pedir eso, que nos ayuden a comprar pañales y toallitas y fórmula que necesitan los hijos de sus empleados”.
Angela Stuesse trabajaba para un grupo de defensa laboral de una zona rural de Mississippi a principios de los años 2000. Ella también fue testigo de cómo las familias de los inmigrantes que trabajaban en las plantas de pollo luchaban por sobrevivir y cómo grupos bienintencionados se esforzaban por ayudarles.
Décadas después y ahora siendo profesora de antropología en la University of North Carolina-Chapel Hill [Universidad de Carolina del Norte-Chapel Hill], Stuesse dijo que empresas como Pilgrim’s sin duda tienen el dinero para abordar algunos de estos problemas.
“El problema no es tener estos nuevos vecinos”, dijo Stuesse. “Es el hecho de que alguien se esté beneficiando de este flujo de mano de obra y seres humanos y no esté contribuyendo como debería al bienestar de la comunidad”.
El amor a distancia
(Crédito: Roger May)
Un domingo de mayo, Tatiana, la mujer de Honduras, tenía $287.
“Doscientos en casa”, dijo. “Y 87 en mi bolsillo”.
Pensaba usar casi todo eso para cuidar a sus hijos. Su hija menor brilla en la escuela. Tatiana dice que aprendió inglés en sólo un año, y con frecuencia se lleva a casa elogios y premios de la maestra.
Cuando Tatiana tiene un mal día, su hija suele animarla.
“Mamá, has sufrido mucho”, recuerda la madre que le dijo su hija. “Pero te lo voy a dar todo. Porque sé inglés y voy a defenderte. Y cuando sea mayor, te lo voy a dar todo”.
El hijo de Tatiana sigue con su familia en Honduras. Han pasado casi tres años desde la última vez que lo vio.
Uno de los últimos recuerdos que guarda Tatiana de Honduras es su hijo persiguiendo el autobús cuando ella y su hija emprendieron el viaje.
“No hay palabras para describirlo”, dice Tatiana. “Pensar que ese puede ser el último día que le veas, sabiendo que lo haces para darle un futuro mejor”.
Como ha hecho durante los últimos tres años, Tatiana piensa seguir enviando todo el dinero que pueda a su familia en Honduras. Dice que hubo momentos en los que todo lo que tenía eran $20, y envió cada dólar para alimentar a su hijo.
Puede que pase aún más tiempo antes de poder reunirse con su hijo. Tatiana sigue buscando una vía para obtener residencia legal en Estados Unidos. Espera que eso le abra otras posibilidades de trabajo, distintas de la que tiene ahora: un trabajo arduo y mal pagado a una hora de su casa.
A pesar de todas sus decepciones, sigue creyendo que quedarse en Estados Unidos es la mejor manera de cuidar de sus hijos.
(Crédito: Roger May)
Lorena Ballester y Aliese Gingerich fueron las intérpretes para las entrevistas con hispanohablantes para este artículo. Aliese Gingerich y Alan Guzmán Puac (español) y Christelle Georges-Louis (criollo haitiano) hicieron las traducciones.