La desinformación sobre el COVID-19 y su efecto en una comunidad indígena de California: 'No creíamos, hasta que se llevó a nuestros seres queridos'
This story as part of the USC Annenberg Center for Health Journalism’s 2021 California Fellowship.
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Noticias Telemundo
Oxnard, California — Desde el inicio de la pandemia, la falta de información verídica y eficaz ha sido tan mortal para mi comunidad indígena mixteca en la Costa Central de California, como lo ha sido el virus del COVID-19.
Recuerdo exactamente la primera reunión semanal que tuve con mi equipo de trabajo en marzo de 2020, donde varios de nosotros pensábamos que el virus solo era "un invento del Gobierno para asustar a nuestra comunidad" y que deberíamos de estar tranquilos. Pero el 15 de marzo nuestra organización cerró sus puertas e iniciamos nuestro trabajo de una forma virtual desde nuestros hogares, porque ya el virus había llegado a nuestras familias.
Desde entonces, más de una docena de nuestros hermanos y hermanas indígenas migrantes han fallecido en el hospital de Ventura tras contagiarse de COVID-19. Incluso perdí a un tío que dedicó su vida a la industria de la agricultura de Oxnard. El dolor, la incertidumbre, el miedo son sentimientos muy vivos en las vidas de nuestra comunidad, como consecuencia de un virus en el que no creíamos hasta que se llevó a nuestros seres queridos.
Nadie estaba preparado para poder ofrecer información correcta a nuestra comunidad sobre este virus de una manera eficaz y verdadera en nuestros idiomas: mixteco, zapoteco, purépecha, entre otros. Ni las autoridades, ni nosotros mismos como organización de nuestra comunidad. Nadie estaba preparado para lo que se venía.
Vulnerabilidad y aislamiento crónico
A mediados del mes de abril de 2020, nuestra organización estaba apoyando al Departamento de Servicio Social de California con su iniciativa de Ayuda Emergencia para Comunidades Migrantes (DRAI), que ofrecía un total de $500 por persona —o $1,000 por familia— como fondos de alivio.
Recuerdo que algunas de las personas que venían a recoger su tarjeta de apoyo económico traían consigo documentos para traducirlos. Una de las señoras que visitó ese mes nuestras oficinas en Santa Maria, muy joven y hablante de la lengua mixteca, del estado de Guerrero, me dijo: “Fui al doctor porque me siento mal y me dieron esto”, entregándome en la mano varias hojas de papel. Al revisar los documentos veo que entre ellos estaba su resultado positivo de COVID-19.
Al preguntarle a la señora si sabía que su resultado era positivo, ella respondió con sus ojos de asombro y miedo que no. Junto con sus resultados, tenía una lista de recomendaciones que le habían dado en una de las clínicas comunitarias donde le practicaron la prueba del COVID-19 que decía qué hacer cuando se es portadora del virus. El problema es que nadie le había explicado nada de esto, ni los resultados ni las recomendaciones médicas, en su idioma mixteco.
La falta de información en idiomas indígenas durante la pandemia ha puesto a nuestra comunidad en una condición de vulnerabilidad y aislamiento crónicos y ha sido una determinante en la dificultad que ha tenido esta población para distinguir entre el mito y la realidad del virus.
La comunidad aún sigue dudando sobre el virus y lo mortífero que éste puede ser. “Yo pensé que eso de la COVID-19 no era verdad. Muchos campesinos pensamos lo mismo. Pero me dio y me afectó muchísimo”, me dijo Eulalia Natividad Mendoza. Ella tiene 44 años de edad, originaria de la nación Ñuu Savi del estado de Oaxaca, México, viuda y madre de dos hijos de 22 y 25 años de edad.
Mendoza estuvo gravemente enferma durante casi un mes, perdió su trabajo en el campo, y ahora se desempeña como trabajadora comunitaria de alcance con nuestra Organización Comunitaria de Proyecto Mixteco (MICOP), donde soy director ejecutivo.
Como muchos de nosotros los líderes indígenas de la organización MICOP, Mendoza inició su involucramiento voluntario con el programa en el Instituto de Entrenamiento y Liderazgo Indígena. En 2019 decidió ser parte del entrenamiento por su experiencia como campesina en la industria de la agricultura en México y en California.
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Mendoza tuvo la oportunidad de desempeñarse como 'mayordoma' (supervisora) haciéndola casi la única mujer indígena en realizar este trabajo en los campos de fresas de Oxnard, California, en el condado de Ventura, en donde son principalmente hombres no indígenas quienes asumen el rol de supervisor. Y vio de primera mano la discriminación, los abusos y las injusticias que muchos campesinos experimentan.
Ella no creía en la pandemia de COVID-19, hasta que se contagió. “Estuve 25 días en cama, muy mal de salud. Además, perdí mi empleo y luego no tenía dinero para pagar la renta, la luz y el gas, y me llené de deudas. Esto no solo me pasó a mí, sino a mucha gente de mi comunidad”, dijo.
Un trabajo duro y mal pagado
Mendoza sostiene que con el COVID-19 la labor de los campesinos es más riesgosa que nunca. A pesar de que son ellos quienes proveen gran parte de la alimentación en el estado de California y en todo Estados Unidos, su trabajo es muy duro, mal pagado, insalubre y eso les hace más vulnerables a contraer el virus. No existen cifras actualizadas de cuántos campesinos indígenas mexicanos trabajan en la industria agrícola de California. El único estudio disponible fue publicado en 2010 y dice que son aproximadamente 160,000: en su mayoría originarios de los estados de Oaxaca y Guerrero en México y pertenecientes a la comunidad mixteca.
Además de sus bajos ingresos, el racismo histórico y estructural, las barreras del idioma y su estatus migratorio, las condiciones laborales de los campesinos los exponen a graves problemas de salud que los hacen más vulnerables al contagio y los efectos del COVID-19.
A diferencia de muchos otros trabajadores en otras industrias, Mendoza como campesina no tenía beneficios como seguro médico y/o beneficios del desempleo, o protecciones de desalojo durante la pandemia. Aún cuando a los campesinos se les ha categorizado como trabajadores esenciales, están muy lejos de ser elegibles para recibir algún tipo de beneficios esenciales gubernamentales que contribuyan a un mejor desarrollo y protección de su salud. Esto se debe, en parte, a que un alto porcentaje de esta población carece de un estatus legal migratorio en este país. De acuerdo al centro de investigación Pew, uno de cada cuatro campesinos es indocumentado.
Los patrones tampoco suelen proveer a los campesinos el equipo básico de seguridad en el trabajo recomendado por los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC), tal como, guantes, mascarillas. Esto ha sido un problema incluso antes de la pandemia, durante emergencias como los incendios suscitados en 2018 en el Condado de Ventura, entre ellos el Thomas Fire. Solo en 2020, el equipo de alcance comunitario de MICOP distribuyó más de 40,000 equipos de seguridad, principalmente a trabajadores en los condados de Ventura, Santa Bárbara y San Luis Obispo.
No se le puede pedir al trabajador del campo lavarse las manos regularmente, si los empleadores no les proveen suficientes baños y lavamanos para ellos poder hacerlo. Si los empleadores no les pueden proveer mascarillas, no se puede esperar que los trabajadores no se contagien de COVID-19. Dadas las circunstancias, es esencial que los trabajadores reciban recomendaciones de seguridad que apliquen a la realidad de sus condiciones laborales.
Cuando Mendoza se recuperó de la enfermedad no dudó en aplicar para el trabajo de promotora de respuesta rápida de COVID-19, posición que MICOP lanzó en colaboración con el departamento de Salud Pública del Condado de Ventura como parte de los esfuerzos de combate del coronavirus. MICOP decidió contratar a Mendoza por su experiencia como campesina, su familiarización con su comunidad indígena, y se convirtió en una líder promotora de las vacunas, exámenes de COVID e intérprete en su lengua mixteca para nuestra comunidad.
El trabajo de educación y de alcance comunitario de Mendoza comienza todos los días a las 5:00 de la mañana conversando con mujeres trabajadoras del campo antes del comienzo de su jornada de trabajo: fuera de la panadería, en el campo o en reuniones familiares y comunitarias, donde ella lleva información. Muchas de las veces, ella usa su experiencia personal de cuando sufrió de COVID-19 para motivar a miembros de su comunidad a recibir la vacuna.
Las personas al escucharla hablar su idioma mixteco se sienten más en confianza, le prestan atención a sus consejos y la mayoría de las veces terminan por registrarse para recibir la vacuna. Cuando nuestra comunidad recibe la información en su mismo idioma, esto hace la diferencia y traza una línea entre la vida o la muerte.
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“Ahora cuando me encuentro con personas que me aseguran que el virus [COVID-19] no existe les digo: ‘Sí existe, me pasó a mí, no pude hablar por 25 días, no podía comer, no podía tomar agua. Sí existe y la vacuna podría evitar que mueras o que te pase lo que a mí. Si no piensa en usted, piense en sus hijos, en sus papás o en sus tíos que tienen una enfermedad crónica’”, dice Mendoza.
Mendoza está segura que el cambio empieza desde casa, ella pone como ejemplo a su familia: varios de ellos no confiaban en la vacuna contra el COVID, pero a base de esfuerzo y comunicación efectiva, todos se vacunaron, incluyendo a su hija de 25 años que se negaba a inmunizarse.
*Arcenio J. López es director ejecutivo de MICOP (Indígena Community Organizing Project) y produjo esta historia durante su participación en el programa de becas California 2021 del Center for Health Journalism USC Annenberg, con el apoyo de Ethnic Media Services.
[This article was originally published by Noticias Telemundo.]