REPORTAJE: Violencia doméstica se agudiza en la pandemia entre mujeres inmigrantes

This article was produced as a project for the 2021 Domestic Violence Impact Reporting Fund at USC's Annenberg Center for Health Journalism.

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Muchas mujeres inmigrantes ya eran vulnerables a la violencia doméstica por su condición de indocumentadas, y por estar poco preparadas para ser autosuficientes. Las condiciones generadas por la pandemia del coronavirus agudizaron el problema.

Una encuesta de 374 adultos realizada por la Universidad de California, Davis, encontró que el estrés adicional generado por el desempleo, la incapacidad para pagar la renta y la comida, así como el aislamiento crearon una combinación peligrosa entre víctimas y agresores. 

“Agravando estos causantes del estrés, las mujeres que huyen de compañeros abusivos no tienen un lugar donde ir ya que los refugios también están cerrados”, indicó Clare Cannon, profesora asistente de justicia social y ambiental y autora principal de “COVID-19, Intimate Partner Violence and Communication Ecologies,” (COVID-19, Ecologías de Violencia y Comunicación con Compañeros Íntimos) publicado en la revista American Behavioral Scientist.

Las llamadas que se hicieron a la Línea de Ayuda Contra la Violencia Doméstica del Condado de Los Ángeles corrobora esta hipótesis.

En 2020, la línea registró 9,507 llamadas, un aumento del 43 por ciento comparado con las 5,401 llamadas recibidas en 2019.  

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“El encierro empeoró una situación donde la gente ya tenía problemas”, dijo Mayra Todd. una guatemalteca que en 2019 fundó Mujeres de Hoy, una agencia no lucrativa con base en el Valle de San Fernando “Cuando está afuera el hombre trabajando o la mujer está afuera para ir a recoger a los niños, no hay tanto el problema como cuando están juntos”.

Y también existía el problema de adónde iban.

“Los albergues están saturados de gente sin hogar. No tienen para dónde irse, no tienen ni para su renta y tienen que aguantar”, agrega.

Un problema cotidiano

Octubre es el Mes de la Concientización sobre la Violencia Doméstica, pero Mayra Todd enfrenta este problema todos los días.

Entre cinco y siete veces al día, su teléfono suena con la llamada de alguien que busca ayuda para escapar de una situación de violencia. Puede ser una mujer cuyo esposo le dice una y otra vez que es peor que la basura, otra con un compañero de vida que la golpea cada fin de semana después que llega a casa borracho, o bien otro que la amenaza con deportarla y separarla de sus hijos.

Las mujeres que llaman son oriundas de diferentes países, con diferentes edades, pero hay un denominador en común entre ellas: todas son inmigrantes que también son víctimas de violencia doméstica.

“En Estados unidos, una de cada cuatro mujeres son víctimas de violencia doméstica. Pero entre las inmigrantes indocumentadas, es mucho peor”, dice Todd.

La Organización Nacional de Mujeres (NOW) estima que las tasas de abuso entre las mujeres inmigrantes puede alcanzar hasta el 50 por ciento. No hablar inglés, barreras sociales y culturales, y –aún más importante—su estatus migratorio las hace especialmente vulnerables.

“Hay muchas mujeres que no tienen documentos (migratorios). Ellas por ser indocumentadas no reportan a la persona que las agrede. Piensa para ¿dónde se va a ir?”, dice Todd. “Otras no hablan por temer al ¿qué dirán, qué van a pensar de mí? Y también tienen miedo de ser deportadas si van con la policía. Se les cierran las puertas. No encuentran la solución”.

‘Peor que un perro’

Por 24 años, “Rosa”, una mujer mexicana de 41 años que no quiso revelar su verdadero nombre, estuvo casada con un hombre 20 años mayor que ella quien la golpeaba, denigraba, y la hacía sentir “peor que un perro”, dice.

Tenía 15 años cuando conoció a la persona que se convirtió en su esposo cuando éste visitó el rancho donde ella vivía en el estado de Jalisco y la enamoró. El vivía en Estados Unidos y su familia pensó que le podía proveer una mejor vida y oportunidades.

Se casaron en México y vivieron allá por un tiempo. El abuso, dice ella, empezó el día de su boda.

“El día que nos casamos, hice mi comida y él me aventó la cazuela y me dijo que no le gustaba”, recuerda Rosa.

Años más tarde, él regresó a Estados Unidos y la dejó en México con su primer hijo. La visitaba cada cierto tiempo. Rosa tenía cuatro meses de su segundo embarazo cuando su esposo le dijo una noche que debía prepararse para irse a Estados Unidos al siguiente día. Ni siquiera le dio tiempo para despedirse de su familia.

Cruzó la frontera de manera ilegal y los sueños que tenía de todas las cosas bonitas que la gente mencionaba al hablar de los Estados Unidos se volvieron una pesadilla al llegar aquí.

 “Yo nunca salía. El siempre compraba mi ropa, hasta mi ropa interior.  Nunca me llevó al doctor, nada más me decía ‘vete por ahí y prregunta’”, dice Rosa.

Ella no hablaba inglés y es analfabeta, así que Rosa no podía seguir nombres de calle o ningún otro señalamiento.

Vivían con la familia de su esposo y ellas tampoco la trataban bien.

“Su mamá cuando llegué aquí me trataba mal. No me daban casi de comer”, relata y añade que también dormían en el suelo.

Su esposo se molestaba hasta por las cosas más pequeñas y esos enojos se volvían empujones, insultos o bien cachetadas. Después que nació su hija, el esposo de Rosa no volvió a tocarla, pues le decía que “olía feo”.

Años más tarde descubrió que su esposo tenía otra familia.

El abuso verbal y físico llevó a Rosa a sufrir una crisis nerviosa e intentar el suicidio tomando pastillas. Cuando la llevaron al hospital, no le dijo al doctor la verdadera razón detrás de esa decisión.

“Cuando regresé del hospital me dijo ‘yo te puedo encerrar el día que yo quiera’. Ese día me dio miedo”, dice Rosa.

Cuando tenía 11 años, su hija le contó a una maestra lo que pasaba en su casa y la escuela llamó a la policía.

Las autoridades tomaron un reporte de policía y llevaron a Rosa a la estación de policía.

“Yo no sabía lo que estaba pasando. Yo pensaba que me iban a quitar a mi hija. El policía me dijo ‘todo va estar bien’.”

Pero las cosas no estaban bien. Ella no quería regresar a casa con su marido, pero tampoco tenía dinero o un lugar donde ir. Otra madre en la escuela de su hija la dejo ocupar una pequeña casa rodante en su casa y poco a poco Rosa empezó a poner su vida en orden. Su hijo se quedó con su padre.

Por ironías de la vida, al día siguiente que Rosa firmó el divorcio, su esposo le dijo que tenía cáncer y que solo le quedaban cuatro meses de vida. Rosa lo cuidó hasta su muerte. Finalmente lo confrontó por todo lo que le había hecho, pero él nunca se disculpó.

Tres años después de su muerte, Rosa todavía sufre de depresión y asiste a terapia. Obtuvo un permiso de trabajo y para permanecer en el país al presentar una solicitud bajo la Ley de Violencia Contra las Mujeres (VAWA en inglés), la cual ofrece una vía para obtener un estatus legal a las personas que son víctimas de maltrato por parte de un familiar y/o cónyugue estadounidense.

Rosa dice que muchas personas la han ayudado.

“Yo le digo a la gente que sí hay puertas abiertas, nomás hay que buscarlas”, dice.

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Este artículo fue producido como un proyecto para el Fondo 2021 de Reportajes de Impacto de Violencia Doméstica del Centro Annenberg de Periodismo sobre Salud de la USC.

EN CIFRAS

  • Llamadas a la Línea de Ayuda Contra la Violencia Doméstica del Condado de Los Ángeles
  • 9,507 en 2020
  • 5,401 en 2019
  • Un aumento del 43%

RECURSOS

Línea Nacional Contra la Violencia Doméstica

1 (800) 799-7233

Homepage

Mujeres de Hoy

(818) 423-6397

http://www.mujeresdehoy.org/

https://www.facebook.com/VariedadesdemujeresdeHoy/

[This story was originally published by Excélsior California.]

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