Ensayos clínicos que “dan vida’’

This story was produced as a project for the USC Annenberg Center for Health Journalism’s 2021 National Fellowship.

No todos los participantes se inscriben en ensayos porque necesitan dinero: algunos lo hacen con la esperanza de recibir beneficios de salud en estudios de fases avanzadas.

A sus 65 años, el puertorriqueño Aniel del Valle, quien mide cinco pies y cinco pulgadas de estatura, pesaba más de 220 libras. Cuando su tratamiento médico dejó de ayudar, se inscribió en un estudio con la expectativa de tener una vejez más sana.

“Antes de entrar al estudio estaba pre-diabético. Caminaba y me cansaba porque estaba muy gordo. Tenía que mandar a hacer mis camisas a medida”, cuenta desde el centro GCM Medical Group, en San Juan, Puerto Rico. La clínica es líder en investigación en la isla y realiza unos 35 ensayos por año, mayormente en Fases II-IV. 

Cada semana durante los últimos tres meses, Del Valle ha accedido a inyectarse el estómago con un fármaco experimental para controlar el apetito. Un tratamiento similar en una consulta regular le habría costado demasiado dinero, dice.

Las farmacéuticas tienen un gran interés en patrocinar ensayos en Puerto Rico, debido a que su población eminentemente hispana les facilita cumplir las metas de diversidad recomendadas por la FDA. 

En Estados Unidos continental las clínicas enfrentan el imperativo de reclutar más minorías como los latinos, sobre todo en aquellos estados mayoritariamente blancos. Como las medicinas no funcionan igual en todas las razas y etnias, la falta de diversidad en los ensayos resulta en información limitada sobre su seguridad y eficacia.

Las consecuencias para la salud pública de esta falla histórica quedaron claras cuando los ensayos de las vacunas contra el COVID-19 se vieron retrasados alrededor de un mes por problemas de reclutamiento.

“Tuvimos que ponernos al día con los números, porque las minorías estaban siendo difíciles de reclutar”, dice Paul Evans, director ejecutivo de Velocity Clinical Research, una compañía que maneja 24 clínicas en 10 estados y que han sido parte de la Operación Warp Speed para el desarrollo de las vacunas de Moderna, Pfizer, Johnson & Johnson y Astrazeneca. 

Algunas de esas clínicas, cuenta, tuvieron que dejar de reclutar personas blancas en un punto para concentrarse en estrategias como los anuncios en español para apelar a los hispanos, y las visitas a iglesias para atraer a los participantes negros.

Evans planea relocalizar algunas de sus clínicas a zonas menos blancas en aras de facilitar la inscripción de minorías. “Para participar en un ensayo clínico, generalmente tienes que ir a una clínica, pero la mayoría de estos sitios no son de fácil acceso para las minorías”, explica.

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A person

Aniel Del Valle, de 65 años, participa en el ensayo clínico de un medicamento para la diabetes en San Juan, Puerto Rico.

 

En Missouri, donde solo el 4.9% de la población es hispana, Rubén Aizpurúa, un migrante panameño de 62 años, ha sido una gema preciosa para las clínicas locales desde que, a los 28, llegó a Estados Unidos como asilado político y decidió inscribirse en su primer estudio. Por dos días interno en una litera del sótano de la clínica Gateway Medical Research —actualmente cerrada— ganó 500 dólares, el doble de su salario en ese entonces. Al mes siguiente, dice, la misma clínica le pidió regresar.

“Yo hice de esto una carrera”, suelta con orgullo. Alentado por él, su hijo mayor también participó en siete estudios en Missouri para ayudar con los gastos de la universidad.

Con más de 80 ensayos completados y más de 150,000 dólares en ganancias, Aizpurúa dice que le es difícil visitar la farmacia sin ver al menos un medicamento que no haya pasado por su estómago: desde el Pepto Bismol hasta el Cialis, un fármaco para tratar la disfunción eréctil. Se acostumbró tanto a que le paguen por tomar medicamentos que hasta sus propias vitaminas le “duele tomarlas de gratis”.

Ser latino le “abrió muchas puertas” en las clínicas del Medio Oeste, cuenta Aizpurúa, quien actualmente trabaja como taxista y ya no necesita el dinero de los estudios, aunque las clínicas lo siguen intentando reclutar con un bombardeo casi diario de mensajes de texto, correos electrónicos, cartas y llamadas.

Un sistema que necesita cambios

La demanda de participantes hispanos motivó la creación en 2020 del grupo Latinos in Clinical Research, con sede en California, creado por dueños y empleados de clínicas privadas que trabajan bajo la premisa de que habrá más latinos participando en la medida en que haya más trabajadores hispanos en la industria.

“La fuerza laboral necesita tener más diversidad para que más gente de nuestra misma comunidad pueda explicar en español de qué se tratan los estudios y por qué son importantes”, dice Mónica Cuitiva, una de las cofundadoras del grupo, que busca desmantelar los prejuicios de la comunidad hispana sobre la industria farmacéutica. 

Para hallar mejores tratamientos a las enfermedades, la investigación clínica es indispensable. Pero también lo es una industria mejor regulada, sobre todo porque los más vulnerables suelen fijarse más en el atractivo del pago que en los riesgos, advierten expertos.

“El proceso del consentimiento informado empieza con la publicidad y el reclutamiento”, dice Elizabeth Woeckner, defensora de los derechos de los participantes en ensayos. “Es muy difícil que alguien tome una decisión informada si este proceso comienza diciendo: 'Ven y gánate 17,000 dólares'”.

Cualquiera puede firmar cualquier cosa, particularmente si la persona necesita dinero’
Arthur Caplan, profesor de Bioética

En los centros académicos de investigación, dice el Dr. Olveen Carrasquillo de la Universidad de Miami, quien ha supervisado ensayos clínicos por décadas, “nunca me dejarían hacer eso”.

Y Caplan, el profesor de Bioética, opina que “cualquiera puede firmar cualquier cosa, particularmente si la persona necesita dinero”. Él propone que, en lugar de un mamotreto de decenas de páginas, los investigadores conviertan el consentimiento en un examen. Hasta que el sujeto no responda correctamente, no se le debe dejar comenzar el ensayo clínico.

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A person sitting on a sofa, checking blood pressure

Rubén Aizpurúa, de 62 años, se ganó la vida por tres décadas participando en ensayos en Missouri.

 

Los inmigrantes, dice el panameño Aizpurúa, tienen que “luchar diferente” para ganarse la vida porque están en un país que no es el suyo. Los estudios clínicos han estado presentes por tanto tiempo en la vida de voluntarios en serie como él, que se vuelven inexplicablemente entrañables. Dice que echa de menos las clínicas, su tiempo lento, la oportunidad de escribir poemas a su novia.

La última vez que intentó inscribirse en un ensayo fue en 2018. Manejó 500 millas desde Missouri hasta Wisconsin, pero cuando le hicieron los exámenes iniciales tenía la presión descompensada y no lo admitieron. “Me dolió en el alma, porque ahí perdí 19,000 dólares”.

Ser un soldado de la industria farmacéutica no ha tenido para él un saldo negativo: los ensayos lo han ayudado a costear un techo y la escuela de sus hijos. Las únicas consecuencias por las que puede dar cuenta son las marcas de las agujas en sus antebrazos, pero eso es pura estética, dice. Los ensayos también le han dejado una enseñanza sobre sí mismo y muchos en su comunidad. Bajo ciertas circunstancias, todo en la vida —incluso la salud— tiene un precio.